martes, 25 de febrero de 2014

SÍNDROME DE ESTOCOLMO


Me enamoré de mi secuestrador emocional, como un síndrome de Estocolmo.

Me pidió la bolsa o la vida, y le di la bolsa y mi vida. Me zarandeó pidiendo un rescate que nadie estaba dispuesto a pagar por mí. No valgo tanto, o sí. Él dice que valgo mucho, mucho más de lo que yo creo, pero yo sé que no es cierto.

Me maltrata con sus palabras hermosas, me tortura hasta llevarme al delirio pero le perdono. No sabe su efecto en mí. Quiero odiarlo pero no puedo. Necesita ese rescate, mucho más de lo que él cree. Y quiero ayudarle, que reciba su rescate y que además del rescate me lleve a mí.

Secuestró mis emociones, mis sentimientos y mis pasiones. No tenía derecho, pero es un delincuente. Y los delincuentes emocionales no piden permiso, entran en tu corazón y se instalan en él. Te oprimen hasta quitarte el aliento, intentas boquear como un pez buscando el aire. Magullan tu alma y dejan cicatrices que no podrás disimular.

Así es mi secuestrador emocional, obnubila mi entendimiento y mi razón. Me hace daño y soy perfectamente consciente de ello. Veo una salida, un hueco por el que escapar, él miraría hacia otro lado, no pondría impedimento, lo sé, pero no quiero huir. Quiero quedarme hasta el final, hasta que la cordura se vuelva en mi contra o hasta que venga un paladín que me arrastre en volandas fuera de este cautiverio. Es un sinsentido irracional que paraliza mis piernas impidiéndome escapar.

Soy su rehén, me necesita y no lo abandonaré jamás.

Esta es una historia real basada en hechos ficticios.

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